El rey fugitivo (El Falso Príncipe 2) by Jennifer A. Nielsen

El rey fugitivo (El Falso Príncipe 2) by Jennifer A. Nielsen

autor:Jennifer A. Nielsen
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2013-05-08T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 24

Permanecimos en la celda varias horas. Me estaba volviendo loco en un espacio tan reducido y empecé a caminar en círculos como un animal enjaulado. ¿Por qué tardaban tanto?

Al menos me había quedado claro que Imogen me apoyaba. No estaba seguro de cómo se había enterado de que yo iría allí, pero me enfurecía que se hubiera inmiscuido en mis planes. Su presencia lo complicaba todo.

—Tranquilízate —dijo Fink con un gran bostezo—. Erick cuidará de nosotros.

—Nunca confío en que nadie cuide de mí —murmuré.

—Pues deberías. Por eso acudiste a nosotros, ¿no? Porque no podías hacer esto solo.

—Siéntate —dijo el guardia—. Me estás poniendo nervioso.

No estaba de humor para aceptar órdenes de alguien como él.

—¿Por qué no vas a buscar a Agor y le dices que aquí encerrado no les sirvo de nada a los piratas?

—Dímelo tú mismo —respondió Agor mientras bajaba por la escalera.

Le miré fijamente un instante.

—Creo que no hace falta que lo repita.

—Erick y yo hemos tenido una larga conversación sobre ti. Dice que eres ladrón.

—Soy un montón de cosas.

Me recorrió con la mirada.

—¿Sabes luchar? Llevas una buena espada.

—Es una espada excelente —coincidí con él—. Y soy un ladrón magnífico.

—Vaya —Agor le pidió las llaves al guardia y abrió la puerta del calabozo. Con un gesto de la cabeza le indicó a Fink que se quedase donde estaba, pero mantuvo la puerta abierta para que yo saliera.

—Ven conmigo —dijo Agor.

Me coloqué a su lado cuando salimos al campamento, donde la somnolienta mañana había dejado paso a una intensa actividad. Resultaba difícil saber cuántos piratas vivían allí, pero Gregor había tenido razón en algo: si los piratas se unieran al ejército avenio, mis soldados carthyanos no tendrían ninguna posibilidad de vencer.

A medida que avanzábamos, Agor iba señalando las distintas zonas de la bahía de Tarblade. Todo era como Erick lo había descrito: el espacio de reunión en lo alto de la colina, la zona principal a mi alrededor y el barracón en la playa, por debajo de mí. Así que, aparte de algunos detalles, ya conocía la distribución del lugar.

—¿Adónde vamos? —pregunté.

—Erick insiste en que sabes dónde almacena Carthya su tesoro. Pero si tienes acceso a todo ese oro, ¿por qué has venido a Tarblade? Sabes que nos quedaremos con todo.

—Me ha traído hasta aquí, ¿no? —respondí con una sonrisa.

—¿Crees que aguantarías la vida de pirata?

—Tal vez deberías preguntarte si los piratas me aguantarían a mí.

Agor alzó una ceja, pero aún parecía tener dudas.

—Aseguras que eres un buen ladrón. Quiero verlo con mis propios ojos —señaló el calabozo—. Regresa allí. Veamos si puedes robarle las llaves al guardia y sacar a tu amigo sin que nadie te detenga.

Negué con la cabeza.

—Fink tiene la costumbre de sacarme de quicio. Me temo que no tengo ninguna motivación para liberarlo.

—Ah. Y ¿qué es lo que te motiva?

—El hambre. Déjame que robe algo de comida de la cocina.

—Demasiado sencillo.

—Tal vez, pero voy a robarla de todas maneras, así que deberías tenérmelo en cuenta.

Agor sonrió.

—Hay un cuchillo de carnicero en la cocina. Está bien vigilado porque últimamente han desaparecido varios cuchillos.



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